IV Edición: Recursos energéticos & mineros

Agilismo e Innovación: Un matrimonio para llegar primero, sabiendo llegar

Esa canción fue escrita -más de cincuenta años atrás- en el contexto de un mundo con ritmos, anhelos, preocupaciones y relación con el futuro que, poco o nada, tienen que ver con las de hoy. El mundo que nos está tocando vivir pareciera ser el de las incertezas, en el que se desvanecen -como agua entre los dedos- los asideros que antaño nos ofrecían la ilusión de control, seguridad y estabilidad. Desde hace algunos años hemos venido escuchando que estamos en un mundo VICA (volátil, incierto, complejo y ambiguo) y, a la luz de la pandemia COVID-19, ese marco referencial -creado por el U.S. Army War College para describir el mundo post Guerra Fría- se nos está quedando pequeño en un contexto líquido de fronteras difusas, donde la mayoría de las situaciones a afrontar -además de complejas- se nos aparecen como inmediatas, aceleradas y simultáneas. Creo que en este cambio de era, tenemos la fortuna de ser testigos -ojalá protagonistasdel parto de un mundo nuevo, para el que requeriremos cultivar nuevas sensibilidades, habilidades y estados de ánimo que nos permitan vivir en él de la mejor manera posible.

Y es acá, en este mundo al revés, que Agile (ágil, agilidad o agilismo) irrumpe como una promesa para hacerse cargo de la complejidad. Cuando hablo de Agile, antes que de una moda o tendencia gerencial, me refiero a una manera de pensar (mindset) y operar (framework), a una capacidad: la de cambiar de dirección rápidamente y con destreza para aportar valor. Es decir, llegar primero porque he sabido responder a las demandas del entorno con rapidez y flexibilidad. En un tiempo donde todo es posible y cualquiera compite contigo en precio y calidad, la capacidad de escuchar profundamente a nuestros actores clave - incluso aquello que no pueden verbalizar- y responder antes que la competencia, se convierte en una capacidad clave para surfear exitosamente la ola de la complejidad. Si bien el término ágil y/o agilidad no es nuevo -como tampoco lo son sus principios- es importante situar el origen de Agile a finales de 2001, cuando un grupo de diecisiete visionarios provenientes del desarrollo de soft ware se reúnen en las montañas de Utah a conversar de los grandes dolores y frustraciones en su anhelo de aportar valor. Allí aparece el manifiesto agile, cuya mayor genialidad -en mi más modesta opinión- radica en resumir en cuatro sencillos postulados aquello que se venía ventilando desde hacía más de treinta años en la bibliografía sobre gerencia (desde Senge en la Quinta Disciplina o antes): poner las personas al centro, entregas tempranas de productos o servicios con todas las funcionalidades (prototipo o MVP), co-construcción con el cliente y/o usuario, y foco en el aporte de valor y adaptación a las nuevas circunstancias.

Hoy Agile ha trascendido el desarrollo de soft ware y, esta forma de trabajo en equipos autónomos, multifuncionales, que se meten en el ADN del negocio, colaboran de manera estrecha con el cliente, generan prototipos funcionales en períodos cortos y van incrementando valor con cada nueva iteración, se ha vuelto tan popular que muchas organizaciones están incorporando Agile como cultura organizacional (Business Agility) y, de esta manera, atraen y desarrollan los mejores talentos, incrementan el sentido de adueñamiento y pertenencia de los colaboradores, están más cerca de clientes y usuarios, se equivocan más rápido y barato, aprenden y, por ende, son mucho más competitivas.

Ahora bien, además de llegar primero, hay que saber llegar; es decir, haciendo algo nuevo que agregue valor. Yo podría ser increíblemente ágil y hacer “más de lo mismo”. Se requiere innovar: la capacidad de transformar el conocimiento en valor y… deseablemente en dinero. La innovación tiene que ser ágil en sí misma, cuando innovamos lo hacemos para alguien. Podemos innovar en modelo de negocio y eficiencia operacional, así como en productos y servicios. Igualmente, puede ser incremental (al estilo mejoramiento continuo), disruptiva, así como hacerse cargo de necesidades explícitas (aparece demanda y luego oferta) o latentes (creo la oferta y luego aparece la demanda). La agilidad es crucial para una organización que quiera adaptarse rápidamente a la vez que innovar y ser un motor que impulse la innovación, especialmente en innovaciones de modelos de negocios y/o disruptivas, en las etapas más tempranas, experimentando, prototipando, obteniendo feedback y saliendo rápidamente al mercado con los productos o servicios más exitosos. Agilidad e Innovación se parecen, pero no son lo mismo.

Conversan, se complementan y conviven de manera estupenda y virtuosa, como el más sublime de los matrimonios. El desafío de la organización es generar una cultura que le permita volverse ágil e innovadora a la vez (Innovación Agile).

Ser innovador se complementa -cual cóncavo y convexo- maravillosamente con ser Agile. Yo creo que, si Jiménez estuviera vivo y volviera a escribir “El Rey”, seguramente diría que en este mundo de hoy hay que llegar primero y hay que saber llegar.

“En tiempos de cambio, los aprendices heredarán la tierra, mientras que los sabelotodo se hallarán perfectamente equipados para desenvolverse en un mundo que ya no existe” Eric Hoffer